Un día vendrá la radiación, correrás mucho, hijo mío. Y la radiación llegó, pero quizás, tú eso ya lo sepas. Aquella tierra donde un sol rajara los melones y tus manos esbozaban el tomate, ahora una extensión de cardos y zarzales. Allí, en esa linde, donde pasea el alacrán entre el cañizo, yo te vi caer. Hijo mío ¿recuerdas lo baldío? Un día saldrás, correrás mucho y al final, sólo quedará mascar el cáncer. Llegará el momento en que ya no se te empalme con la forma en que mujeres blancas detienen a los taxis. Sabrás entonces que has tocado demasiado, que cada cuerpo que acontece se deshace entre las manos, como carne joven, como barro. Tierra, en ti yace nuestra paz y sobre ti, construyen nuestros muros. Tal vez tú eso ya lo sepas, hijo mío, y créeme si digo que la tristeza es azul, que la alegría es azul, que todo cuanto vive es azul y no hay nada más terrible que el moho acumulado en la ciruela. ¿Cuántas veces eres capaz de perder la cabeza? ¿Cuántas veces sentiste frío y todo era abstracto, poco amable y muy extraño? Juro que hay cosas que no he contado a nadie; otras, que hice por amor y de la forma más sencilla. Afuera llueve, en este lugar maldito siempre llueve y allí, entre el cañizo, me viste caer. Hijo mío, todo eso es lo baldío.

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